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El ascenso de Norberto

Fecha: 2025-04-13 22:31:49
Autor: Alex Rubio

Es una ilustración surrealista de una torre de oficinas con una escalera interminable que sube. En cada nivel, se ve a una persona más confundida y abrumada que en el anterior. En la cima, hay un empleado sentado en un gran sillón, con una corona hecha de papeles, rodeado de hojas volando y listas de tareas en llamas. Todo está flotando en el cielo, dando una sensación de desconexión total con la realidad. Es oscura, humorística y muy crítica del mundo laboral.

Norberto era un genio. Lo sabían todos en la oficina, incluso él mismo, lo cual ya era un mal presagio.

Empezó en Contabilidad S.A. como auxiliar administrativo, ese puesto invisible donde las personas se transforman en muebles funcionales. Pero Norberto, con su insólita habilidad para detectar errores en los balances como si oliera billetes podridos, no tardó en destacar. En tres meses, había corregido 78 desajustes, rediseñado una hoja de Excel que parecía salida de la NASA y descubierto que un compañero llevaba dos años cobrando un sueldo sin aparecer (¡un héroe!).

La gerencia, extasiada, lo ascendió a jefe de contabilidad. Norberto, con su cara de póker de haber nacido para esto, aceptó sin pestañear. Ahí empezó el declive.

Verás, Norberto era brillante con números, pero tenía la empatía de un zapato mojado. Su equipo, formado por cinco humanos con emociones, pronto entró en un colapso existencial por culpa de sus correos pasivo-agresivos, sus horarios absurdos (“el balance no duerme”, decía) y su negativa a aprobar vacaciones en año bisiesto porque “desequilibra los ciclos contables”.

Aun así, la productividad aumentó, porque el miedo es un gran motivador. Y entonces, el CEO—que tomaba decisiones como quien elige vino por el diseño de la etiqueta—decidió promoverlo a un cargo aún mayor: Director Regional de Estrategia Financiera Multinacional para el Hemisferio Sur. Nadie sabía qué significaba eso, pero sonaba a “importante”.

Aquí es cuando Norberto alcanzó su nivel de incompetencia con una fuerza tan elegante como trágica.

Ahora tenía que hacer cosas como: presentar en inglés con acento de Cuenca, coordinar reuniones con personas que usaban palabras como “sinergia” sin ironía, y, horror de horrores, gestionar presupuestos proyectivos basados en modelos de contingencia. Norberto, criatura de fórmulas y celdas, empezó a sudar por lugares que la ciencia aún no ha nombrado.

Su primera decisión estratégica fue invertir el 40% del presupuesto anual en un software que nadie pidió y que funcionaba sólo los martes si Mercurio no estaba retrógrado. Su segunda fue reorganizar toda la estructura departamental en forma de espiral invertida, porque había leído en LinkedIn que “la innovación comienza en el caos”. Su tercera fue... bueno, su tercera fue desaparecer.

No renunció. Simplemente dejó de aparecer. Cada lunes llegaban correos automáticos con frases crípticas como “Estoy priorizando el silencio organizacional como herramienta de liderazgo” y “Me encuentro en un retiro fiscal en una dimensión menos tributaria”.

Seis meses después, los altos mandos, demasiado orgullosos para admitir su error, crearon un nuevo puesto para Norberto: Embajador de Coordinación Estelar para Proyectos Abstractos. Sin funciones. Sin reuniones. Sin consecuencias. Básicamente, un cargo honorario con sueldo. Como un unicornio de Excel, al que nadie ve pero todos veneran para no tener que hacer su trabajo.

Y así, Norberto se convirtió en leyenda. El hombre que ascendió tanto que desapareció por incompetente. El hijo pródigo del Principio de Peter, patrono de los que hacen bien una cosa… y por eso los castigan con otra.




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